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En los últimos años hemos podido comprobar en nuestras ciudades como se miraba con cierta envidia a lugares como Ámsterdam o algunas ciudades de los países nórdicos por haber convertido a la bicicleta en un medio de transporte para gran parte de los ciudadanos.

Hemos visto incluso como nuestras ciudades han apostado por infraestructura que hiciese posible el tránsito por la ciudad, como las creaciones o ampliaciones de los carriles bici, por ejemplo. Pero no solo eso, también la peatonalización de las calles céntricas de los municipios o de zonas comerciales han estado sobre la mesa en grandes y pequeños municipios.

Aunque hay quienes tengan reticencia a la hora de creer en los beneficios de políticas como la integración de bicicletas en la cobertura que se ofrece desde el transporte público, podemos hablar de los beneficios económicos que pueden sacarse de esta apuesta. En primer lugar, algunos estudios realizados por países europeos indican que los negocios locales incrementan sus ventas cuando se encuentran situadas en calles peatonales, y además, según los datos, los ciclistas son los compradores que más tiempo permanecen en la tienda. En segundo lugar, el ahorro que se produce al sustituir un coche por una bicicleta, por ejemplo, al no tener que pagar impuestos, mantenimiento o combustible.